martes, 11 de noviembre de 2014

Crítica: Ida

"Con ecos de Dreyer, Bresson, Tarkovsky y Bergman, el cineasta Pawel Pawlikowski desarrolla un devastador lienzo sobre la historia de su país. Las aportaciones de estos referentes, aunque cruciales en la construcción estética, y lingüística de la película, no impiden el desarrollo de una postura singular repleta de exquisiteces, sobre todo a nivel visual. Y volviendo al relato histórico, resulta muy interesante analizar como Pawlikowski nos ofrece una cierta "neutralidad" a la hora de afrontar un pasado desde otro pasado. Una época de ceguera ante sus heridas pasadas. La inerte postura de una sociedad dormida toma forma en la película a través de un estatismo entre fotográfico y pictórico que se convierte no sólo en respuesta a un análisis social de carácter omnisciente, sino también en la mirada inocente de una novicia alejada de la realidad. Su andanza perfila un camino para cuestionar la fe y la férrea postura del catolicismo en una sociedad incapaz de cerrar bien sus heridas. El dulce perfil de esta monja que pone título a la película frente a la desgarradora carga emocional de Wanda, personaje muy interesante por su aporte luminoso en una paleta de grises, resulta a veces demasiado maniqueo, de tal manera que la evolución de los personajes y por tanto de la historia atiende a la predecibilidad. A esto se suma un conjunto de secundarios que poco tienen que decir, y un tercer actor en discordia que poco aporta, dejando de forma errónea el peso de la balanza en dos construcciones psicológicas tan antagónicas como en ocasiones forzadas. No obstante, contando con esta escisión excesiva, su realizador intenta que esta no se convierta en un gesto chillón que rompa la armonía hierática de la obra mediante un ejercicio audiovisual impagable. La brillantez de los planos, extraordinariamente compuestos por un ejercicio fotográfico inmenso, se unen a un ejercicio de precisión sonora y musical, y a una ambientación remarcable, capaz de convertir la austeridad en excelencia retórica. Inmenso ejercicio pulido por dos trabajos interprativos notables, en especial el de esa Wanda poderosa firmemente llevada por una imponente Agata Kulesza. Personaje que abandona la vida, en contraste con su sobrina, que aunque en su deseo de vivir fácil con los ojos cerrados, empieza a equilibrar en su vida la verdadera inestabilidad de la existencia. Admirable plano final con la magia del mejor Bach."
Lo mejor: Su poderosa fuerza visual, magnificada por un ejercicio fotográfico extraordinario.


Lo peor: El excesivo maniqueísmo a la hora de abordar sus dos posturas principales



NOTA: 8,5(****)

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