miércoles, 19 de noviembre de 2014

Crítica: Loreak (Flores)

"Flores para mimar, flores para no olvidar, flores para devolver y finalmente flores de expiación. Tres mujeres, una historia a tres voces, y en medio de todo, la serena presencia de las flores. Jon Garaño & José María Goenaga, con un estilo muy parecido a la fragancia refinada del mejor Kieslowski, vuelven al campo de la historias cotidianas, esas que se antojan esenciales para definir la grandeza de la vida. Firmes en su convicción se alejan de cualquier adorno de perfiles socialmente hipócritas, para acercarse a la realidad de la vida humana, bañada en sentimientos, pero también consciente de su ápice de racionalidad. Una combinación que nos hace grandes ante al caprichoso deambular de la existencia terrenal. Conscientes de esos detalles que nos hacen completamente humanos, estos dos realizadores dan forma a la historia de estas tres mujeres, y al apasionante viaje de las flores de una manera hábil, inteligente, así como admirablemente sensible. Las aspiraciones, los deseos, las frustraciones de estos seres cabizbajos se materializan en la belleza y el poder simbólico de esos ramilletes que acompañan nuestra vida desde el nacimiento hasta la muerte. Y quizás en este punto comienza la epopeya metafórica de esta joya delicada: ese deseo de convertir en vida, lo muerto, lo ausente. Esa necesidad de amar y ser amado, como principal esencia de esta obra, como principal sentido de la vida humana, se materializa en la casi inconsciente cadena de acontecimientos de sus personajes, que en última instancia, llevados por el agitado abrigo de la experiencia, perfilan con racionalidad la impulsividad de sus emociones. Todo este entramado de matices muy psicológicos, pero también de dimensiones puramente existencialistas, acude a la virtud del mimo y el detalle, pero cae en el defecto de la extensión temporal como forma de ajuste sincrónico a los puntos desencadenantes de la historia. Un relato que quizás debería haber rematado sus vertientes de una forma más circular y no tan alargada. Aún así, dejando de lado su irregular decisión, es de admirar lo ya mencionado unido a un perfecto juego técnico, donde Pascal Gaigne pone brillo a los sonidos del mundo de forma magistral y Javier Aguirre da color a esas flores clamorosas de vida. Vida y sombras perfectamente materializadas por todo un reparto excepcional, pero de forma especial por tres miradas sensibles, poderosas, únicas. Itziar Ituño, Itziar Aizpuru y Nagore Aramburu exponen su silente lucha emocional para configurar las tres piezas fundamentales de un tríptico lleno de belleza, e imbatible en su deseo de mediante el silencio hacer ruido entre las paradójicas posturas de nuestra sonora vida."
Lo mejor: La sensibilidad que se respira en cada fotograma.


Lo peor: Cierto desajuste en su estructura temporal.


NOTA: 8,5(****)

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